miércoles, 9 de enero de 2013

Relato

Me había vuelto a pasar, la misma historia de siempre o quizá solo de algunas veces. Yo y la tendencia a exagerar lo que a mis sentimientos se refiere. Pero bueno, si yo misma no me considero importante nadie lo hará por mi.

Desde que amanecí a las siete y media de la mañana me dije "Carlota este no es tu día", me levante con la cama totalmente revuelta, la almohada del revés y las sábanas quitadas, la boca abierta dejandome una sequedad incesante en la comisura de los labio. Todo el pelo estaba enmarañado debido a que se me había olvidado quitarme el moño antes de acostarme y además se me olvido cargar el móvil. Todas estas cosas consiguieron ponerme de mal humor nada más abrir el primer ojo del día, pero todo ello iba ligado a esa sensación de intranquilidad que se manifestaba con pequeños golpecitos en el pecho cuando mi mente se quedaba en blanco.

Soy estudiante de universidad desde hace dos años y por suerte lo hago en la capital gracias a mis padres que consintieron mi traslado cuando acabé el instituto y mis estudios casualmente no podían realizarse en otro lugar. Me encantan las grandes ciudades, la gente despistada por grandes avenidas sin importar lo que pase a su alrededor, los grandes carteles de publicidad que nos recuerdan en que siglo vivimos, las miles de tiendas situadas en los sucesivos soportales de las calles e incluso el aire. Si, ese aire criticado por personas ajenas a las ciudades a mi me me ayuda a respirar cada día.
Lo mejor de vivir aquí,sin duda, era la total y absoluta independencia que poseeía desde que cumplí la mayoría de edad y me trasladé. Aparte de no tener que rendir cuentas a nadie con temas que serían los característicos de mi edad como la hora de llegada, a donde salgo, con quien y cómo voy, lo que más me gusta de mi independecia es el simple hecho de ser la propia dueña de tus actos.
Por lo que en general respecta puedo afirmar que con 20 años me encuentro en un momento estupendo de mi vida en el que soy afortunada de poder vivir todas estas experiencias y aún así de poder disponer de una familia a la que acudir o regresar en el momento que algo no vaya como yo quiera o simplemente me rinda.
Pero, ¿y si a veces nuestras mayores ilusiones vienen dadas por desilusiones previas?


Como decía, después de un despertar digno de una poesía me disponía a seguir con mi rutina habitual de todos los días. Trabajaba cada mañana en una pequeña cafetería situada en Huertas y que a mí me enamoro el primer día que la vi desde aquel lluviosa y oscura tarde madrileña. Allí tenía un turno hasta mediodía para luego poder asistir a mis clases por la tarde en la otra punta de la ciudad. Y no fue menos aquel miércoles, me disponía a entrar en la cefetería cuando de bruces me di con el cristal de la puerta...¡mierda! Yo abría ese día y yo no tenía las llaves. Genial Carlota te has coronado, tu y tu cabeza y tu manía de no recordar nada, me torturaba una y otra vez cuando corría a toda prisa para ir a coger las llaves. Fue en esa carrera cuando oí sonar algo extraño dentro de mi bolsillo, si las llaves de la cafeteria junto a la nota de : "NO olvidar". "Genial Carlota" me volví a repetir en la carrera a la inversa hacia la cafetería de nuevo.
Con 20 minutos de retraso por fin conseguí poner en marcha todo lo necesario para poder trabajar esa mañana.
Entre café y brownie la pequeña sensación que me amenazó entrada la mañana me seguía llamando golpecito tras golpecito en el pecho. ¿Qué era? ¿Tenía hambre, gases, nervios?
Haciendo caso omiso finalicé mi turno con mas pena que gloria tras varios accidentes con bollitos de chocolate con patas y tazas deslizantes. Me dispusé a ir a mis clases diarias, cuando mi fabulosa compañera de piso, Ariadna, me envío una foto del tupper de mi comida encima de la mesa de la cocina....¡maldito miércoles!
Da igual me decía así bajaras unos centímetros hoy mientra mi estómago me rogaba entre gritos que lo alimentara de camino a la facultad.
Llegaba con tiempo,como siempre, sin agobios ni prisas antes de comenzar una clase o conferencia. Pero para mi sorpresa el aula se encontraba vacía y normalmente siempre alguna persona llega antes como yo o el mismo profesor para preparar los materiales.
Que raro, notaba el ambiente diferente. La sala, los pasillos el edificio en sí no se encontraba igual que cada dia... ¡Oh! ¡Mierda, mierda,mierda! Era miércoles, miércoles día once...no me lo podía creer, ni si quiera me había acordado que era el día del patrón. Las clases estan suspendidas ese día y a mi ni se me había ocurrido acordarme.
Poco a poco una terrible sensación me inundaba desde los pies y recorría cada parte de mi cuerpo golpeando con ahínco mi pecho y terminando en la cabeza en forma de estallido. ¿Qué me pasaba? No era un simple enfado por mis olvidos, algo me rondaba la cabeza y no conseguía descrifrar el qué. Corrí hasta que me encerre en el baño y me desplome tras la puerta, de repente mi vista empezó a emborronarse y ahí estaban mis lágrimas empezaron a brotar y descontrolarse por mis mejillas y resbalándose hasta mi cuello.
Solo me había hecho falta un día con diferentes meteduras de pata para empezar a darme cuenta, yo no lloraba porque se me había olvidado que no debía acudir a clase.
Había necesitado una sucesión de infortunios para darme cuenta del problema, para dejar de evitarlo... Necesitaba enfrentarme a ellos o a él, me sentía ahogada.
A veces hace falta algo insignificante para darte cuenta de que nada es perfecto y que nunca es tarde para poner en marcha el cambio.

martes, 8 de enero de 2013

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<< Cada vez que conoces a alguien tu vida cambia y, tanto si te gusta como si no, nosotros nos hemos encontrado, yo he entrado en tu vida y tú en la mia>>